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domingo, 12 de octubre de 2008

PRIMER MANIFIESTO EN DEFENSA DE LA MADRE TIERRA


El Fraude del Jefe Seattle
Muy querido por muchos corazones verdes es el memorable discurso de 1854, atribuido al Jefe Seattle, de las tribus Suquamish y Duwamish cuyas citas se encuentran a lo ancho y largo del mundo, en artículos y filmes sobre el ambiente, en publicaciones del Sierra Club, en remeras y en carteles de los Parques Nacionales. Algunos de los pasajes más citados pueden resultarle familiar:
"La Tierra no pertenece al Hombre; el Hombre pertenece a la Tierra."
"El aire es precioso para el Hombre Rojo, porque todas las cosas comparten el mismo aliento: la bestia, el árbol, el Hombre."
"¿Qué es el Hombre sin las bestias? Si todas las bestias desapareciesen, el Hombre moriría a causa de una enorme soledad del espíritu. Porque todo lo que le ocurre a las bestias, pronto le ocurre al Hombre."
"Soy un salvaje, y no comprendo ninguna cosa de otra manera. He visto mil búfalos pudriéndose en la pradera, dejados por el Hombre Blanco que les había matado desde un tren que pasaba, y no entiendo cómo el humeante caballo de hierro puede ser más importante que el búfalo que nosotros matamos solamente para seguir vivos."
Todo muy bonito, muy poético. Sólo hay un problema: las citas son una falsificación – tal como lo descubrió la periodista Paula Wissel durante la elaboración de una nota para el 125o aniversario de la muerte del Gran Jefe Seattle. Las palabras no son del Jefe Seattle en 1854, sino las de un libretista de la televisión de 1970, Ted Perry, que actualmente enseña cine y teatro en el Middlebury College. Perry escribió el discurso como parte del libreto de una documental sobre el ambiente llamado "Hogar", patrocinado por la Comisión de Radio y Televisión Bautista del Sur, y mostrado en la cadena ABC-TV. Tal como le contó a la periodista Wissel (una reportera para la radio KPLU de Seattle), "Los productores creyeron que sonaría mucho más auténtico" si atribuían lo dicho al Jefe Seatlle, en lugar de Ted Perry. Dijo también que no descubrió el asunto hasta que vio el show por la TV y vió que su nombre no figuraba en los créditos.
El informe de Wissel que comunicaba a los ecologistas la mala nueva acerca del discurso del Jefe Seattle fue puesto en el aire el 8 de Junio de 1991 en la Radio Pública Nacional. Había sido un miembro de la misma tribu Suquamish quien alertó a Wissel sobre la falsedad del asunto, mientras ella realizaba su investigación sobre la vida del Jefe Seattle (o Sealth), en cuyo honor la ciudad lleva su nombre. Ella comprobó la historia con Rick Caldwell, en el Museo de Historia e Industria de Seattle: Caldwell y un investigador alemán, Rudolf Kaiser, habían rastreado el origen del mito hasta encontrar a Ted Perry. Como lo narra Caldwell, Perry estaba buscando algunas citas del siglo 19 para incluir en su libreto ecologista, pero "no pudo encontrar a ningún indio de 1850 que hablase la jerga ecologista de 1970."
Caldwell dice que pasa gran parte de su tiempo contestando preguntas sobre el mítico discurso, y que algunas personas directamente no quieren creer que el discurso no es verdadero. Una de las principales claves de que las citas son falsas le dijo a Wissel concierne a los búfalos muertos desde el tren: "No se crían búfalos en estos humedales" y "los trenes no llegaron hasta Seattle sino 14 años después de la muerte del Jefe Seattle."
El Verdadero Jefe SeattleAunque el famoso discurso es un mito, el Jefe Seattle realmente existió y, de acuerdo a muchos registros históricos, era elocuente y sabio. Resulta bastante fácil conseguir un estudio sobre el tema, escrito por Daniel y Patricia Miller, como también un artículo sobre el Jefe Seattle aparecido el 29 de Octubre de 1887 en el Seattle Sunday Star, firmado por el Dr. Henry A. Smith. Si se le solicita, Caldwell suministrará su estudio del otoño de 1983 "El Mito del Manifiesto Ambiental del Jefe Seattle", más una copia del estudio de Rudolf Kaiser de Mayo de 1984 sobre la recepción europea del mito del Jefe Seattle, subtitulado: "Casi una Historia Detectivesca". El Museo de Historia e Industria de Seattle ha impreso un folleto que contie-ne la versión del Dr. Smith, dada en 1887, sobre el famoso discurso del Jefe Seattle. (Copias de este folleto se pueden obtener enviando un sobre con franqueo prepago al Museum of History and Industry, 2700 24th Avenue East, Seattle, Wash. 98112, Estados Unidos).
En su artículo de 1887, el Dr. Smith describe a Seattle con gran admiración y da una transcripción de un discurso que le escuchó pronunciar en respuesta a la propuesta del Gobernador Isaac I. Stevens, probablemente en Enero de 1854. Smith :
"El viejo Jefe Seattle fue el indio más grande que jamás haya visto y, por lejos, el de aspecto más noble . . . Cuando se erguía para hablar en el Consejo o para dar recomendaciones, todos los ojos se volvían hacia él, y de sus labios surgían sonoras y elocuentes sentencias pronunciadas con voz de tonos profundos . . . Su magnífica estampa era tan noble como la de los más cultivados jefes militares en comando de las fuerzas de un continente. "
Además de médico, Smith era un poeta y un filósofo. Tal como lo documenta el estudio de los Miller, antes de la versión mítica de 1970, en el siglo 20 existió otra remodelación de la transcripción realizada por el Dr. Smith del discurso de Seattle, hecha por gente que creyó que el lenguaje de Seattle era demasiado Victoriano y no muy indio. El más conocido de estos trabajos de remodelación es el de William Arrowsmith en 1969 que, de acuerdo a Kaiser, es el que inspiró a Ted Perry, quien, a su vez, dice que se lo escuchó recitar a Arrowsmith en el Día de la Tierra de 1970. Los Miller citan muchas razones por las cuales se cree que la transcripción de Smith de 1887 es la auténtica, y cómo la tradición oratoria india hacía uso de la metáfora. Los Miller describen a Seattle como un aliado de los colonos, a quienes admiraba su tecnología y medicina, haciéndose amigo de un doctor instalado en Olympia, y a quien persuadió de mudarse al área más cerca del hogar de Seattle.
Caldwell cita historias contemporáneas que documentan que Seattle tenía reputación de "maestro de la oratoria" y que "podía ser escuchado desde media milla de distancia cuando se dirigía a su gente, y que parecía controlarles por medio de su poderoso intelecto." A mediados del siglo 19, la población india estaba siendo agudamente reducida por las enfermedades (viruela y sarampión) y por las guerras intertribales, mientras que la población de colonos blancos iba en aumento. Por consiguiente, el Jefe Seattle aceptó la propuesta del Gobernador del Estado de Washington en 1855, que cedía la mayor parte de la tierra al Estado y le dejaba a los indios tierras específicamente reservadas. El discurso expresaba sus pensamientos sobre la cuestión antes de que el tratado se firmase.
Lo que Seattle Dijo en Realidad
Como lo transcribe el Dr. Smith, el real discurso de Seattle quitándole todo el roman-ticismo verde de Perry en 1970 es una mirada fascinante sobre cómo un jefe indio veía la invasión de colonos blancos y la lenta disminución de su propio pueblo. En lenguaje elocuente, lleno de metáforas, se sumerge en la cuestión de cómo el hombre blanco y el indio pueden vivir juntos en paz, aunque sus religiones y tradiciones son totalmente diferentes.
Los Miller hacen notar específicamente que las tribus de Seattle no tenían un concepto de "Madre Tierra". Sugieren que la interpretación del Dr. Smith de la religión de Seattle era que el dios del hombre blanco estaba incorporado a su propio mundo de espíritus "como un espíritu mayor, pero uno en el que había perdido la fe al momento de pronunciar su discurso". Dicen los Miller que existen informes de que Seattle se convirtió posteriormente al catolicismo, pero que no existen registros serios que lo confirmen.
Especialmente impactante en la transcripción del discurso hecha por el Dr. Smith es la visión que Seattle tenía de la injusticia de su situación y cómo esto se relacionaba con el Dios de los blancos. El Jefe Seattle dijo:
"Su Dios ama a su gente y odia a la mía; El rodea amorosamente sus fuertes brazos alrededor del hombre blanco y le dirige como un padre haría con sus hijos, pero El ha olvidado a sus hijos rojos; El hace crecer a sus hijos cada día más fuertes, y llenarán muy pronto toda la tierra, mientras que mi pueblo va desvaneciéndose como una marea que se retira con rapidez y que nunca más volverá a fluir. El Dios del blanco no puede amar a sus hijos rojos, sino los protegería. Ellos parecen ser huérfanos y no pueden buscar ayuda en ninguna parte. ¿Cómo podemos convertirnos en hermanos? ¿Cómo puede su padre convertirse en nuestro padre y traernos prosperidad y despertar en nosotros sueños de una retornante grandeza?"
"Nos parece que vuestro Dios es parcial. El vino al Hombre blanco. Nosotros jamás lo vimos; ni jamás hemos escuchado su Voz; El le dio al blanco sus leyes, pero no le habló a sus hijos rojos que por millones llenaba este vasto continente, como las estrellas llenan el firmamento""Su religión estaba escrita en tablas de piedra por el dedo de hierro de un Dios enojado, para que no se les olvidara . . . Nuestra religión es la tradición de nuestros antepasados, los sueños de nuestros ancianos, dados a ellos por el Gran Espíritu, y la visión de nuestros sacerdotes, y está escrita en el corazón de nuestra gente.""Vuestros muertos dejan de amarles a ustedes y a los hogares de su nacimiento tan pronto atraviesan los portales de la tumba. Ellos vagan mucho más allá de las estrellas, son rápidamente olvidados, y jamás regresan. Nuestros muertos jamás olvidan el hermoso mundo que les ha dado el Ser."
El Jefe Seattle advierte contra la inutilidad de más violencia, diciendo:"Cuando nuestros jóvenes se enojan por alguna real o imaginaria mala acción, y desfiguran sus rostros con pintura negra, sus corazones también se desfiguran y se tornan negros. Entonces su crueldad es incansable y no conoce límites, y nuestros ancianos no pueden detenerlos. Pero tengamos la esperanza de que las hostilidades entre el hombre rojo y sus hermanos carapálidas no regresen jamás. Tenemos todo para perder y nada para ganar".
"Después de Todo, Podemos Ser Hermanos"
El Jefe Seattle termina con una predicción que resultó muy acertada:"La noche del indio promete ser muy oscura". Luego dice:
"Pero, ¿por qué amargarnos? ¿Por qué debería yo murmurar por la suerte de mi pueblo? Las tribus están hechas de individuos y no son mejores que ellos. Los hombres van y vienen como las olas del mar. Una lágrima, un 'tamanawus', una mueca, y se alejan de nuestros ojos para siempre. Aún el hombre blanco, cuyo Dios caminó y habló con él, de amigo a amigo, no es una excepción al destino común. Después de todo, podemos ser hermanos. Ya lo veremos" .
Luego le recuerda Seattle al gobernador que los espíritus de su antes numeroso pueblo habitan la tierra: "El Hombre blanco nunca estará solo. Sea el blanco justo y trate con bondad a mi pueblo, porque los muertos no están totalmente sin poder".
Rick Caldwell y Rudolf Kaiser documentaron en 1983-84, que la amada versión ecologista del discurso del Jefe Seattle era nada más que un fraude. La Radio Pública Nacional transmitió a nivel nacional la historia de Paula Wissel en 1991. ¿Alguna de las numerosas organizaciones o individuos que usan el discurso ha hecho pública alguna retractación? ¿O es que ellos prefieren el mito y la mentira a la verdad mientras que el mito apoye a su mensaje? ¿Acaso no lo vemos todos los días?
OBTENIDO DE : http://www.mitosyfraudes.org/INDICE/CAP6-ASB.htm


AQUÍ TENEMOS LAS VERSIONES QUE SE SUPONEN QUE SON FALSAS PERO NO POR ELLO MENOS INSTRUCTIVAS :

Indios Suwamish
Mediados del siglo XIX. Franklin Pierce, presidente de los Estados Unidos de América , también llamado Gran Jefe Blanco de Washington, hace una oferta al Gran Jefe Indio por una gran extensión de tierras indias, prometiendo crear una "reserva" para el pueblo indígena. Esta es la respuesta del Gran Jefe Indio de la tribu Suwamish, "la declaración más bella y más profunda jamás hecha sobre el medio ambiente":
La carta del indio Seattle
¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos, dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿Cómo podrán ustedes comprarlos? Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas. Los muertos del hombre blanco olvidan de su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para nosotros. El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente el agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos tierras, deben recordar que es sagrada y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objeto que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto. No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada.No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar como se abren las hojas de los árboles en primavera o como aletean los insectos. Pero quizás también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras (aguaitacaminos) ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos. El aire tiene un valor inestimable para el piel roja ya que todos los seres comparten un mismo aliento - la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire no es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.
Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré condiciones: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una máquina humeante puede importar más que el búfalo, nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué seria del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que le suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.
Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos. Esto sabemos: La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, no queda exento del destino común.
Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que Él les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. Él es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirían, quizás antes que las demás tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos. Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos porqué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde esta el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.



O si prefiere esta otra versión aquí estaSe trataba de la carta que dirigió un jefe indio al Presidente de los Estados Unidos de América. Leedla vosotros y comprenderéis:
Este documento fue escrito hace 127 años. Es su autor Seattle jefe de la tribu Suwamish, establecida en los territorios que hoy en día forman el estado norteamericano de Washington. La carta que Seattle envió en 1855 al Presidente de los Estados Unidos, Mr. Franklin Píerce, responde al ofrecimiento del gobierno de éste deseoso de comprarles las tierras a los Suwamish:
"El gran caudillo de Washington ha mandado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El gran caudillo nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta delicadeza porque conocemos la poca falta que le hace nuestra amistad. Queremos considerar el ofrecimiento, pues bien sabemos que si no lo hiciésemos, pueden venir los hombres de piel blanca y cogernos las tierras con las armas de fuego. Que el gran caudillo de Washington confíe en la palabra del líder Seattle con la misma certeza que espera el regreso de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas. ¿Cómo podemos comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Se nos hace extraña esta idea. No son nuestros ni el frescor del aire ni el centelleo del agua.
¿Cómo podrían ser comprados? Lo decidiremos más adelante. Tendrían que saber que mi pueblo tiene por sagrado cada trozo de esta tierra. Lo hoja luminosa, la playa arenosa, la niebla dentro de la frondosidad del bosque, la claridad en medio de la arboleda y el insecto zumbador son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo. La savia que sube por los árboles lleva recuerdos del hombre de piel roja.
Los muertos del hombre piel blanca olvidan su tierra cuando comienzan el viaje por entremedio de las estrellas. Nuestros muertos nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos un trozo de esta tierra, estamos hechos con una parte de ella. La flor perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa; todos son nuestros hermanos, las rocas de las montañas, el jugo de la hierba fresca, el calor corporal del potro; todo pertenece a nuestra familia.
Por eso, cuando el gran caudillo de Washington hace comunicarnos que nos quiere comprar las tierras, es mucho lo que pide. El gran caudillo quiere darnos un lugar para que vivamos todos. El hará de padre nuestro y nosotros seremos sus hijos. Hemos de rumiar su ofrecimiento. No se nos hace nada fácil., pues las tierras son sagradas. El agua espumosa de nuestros ríos, los pantanos no son solamente agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendiésemos estas tierras, se necesitaría que recordaseis  que son sagradas y tendríais que enseñar a vuestros hijos que lo son y que  los reflejos misteriosos de las aguas  claras de los lagos narran los acontecimientos de la vida de mi pueblo. El rumor del agua es la voz  del padre, de mi padre.
Los ríos son hermanos nuestros porque nos liberan  de la sed. Los ríos arrastran nuestras canoas y alimentan con peces a nuestros hijos. Si os vendiésemos las tierras se necesitaría que recordaseis y enseñaseis a vuestros hijos que los ríos son hermanos nuestros y también vuestros. Tendréis que tratar a los ríos con buen corazón. Muy bien  sabemos que el hombre de piel blanca no puede entender nuestra manera de ser. Le da igual un trozo de tierra que otro porque es como un extraño que llega de noche para sacar de la tierra todo aquello que necesita. No ve la tierra como hermana sino más bien como enemiga. Cuando ya la ha hecho suya la menosprecia y sigue caminando. Deja tras de él las sepulturas de los padres y no parece que lo sienta. No le duele desposeer a la tierra de sus hijos. Trata a la madre tierra y al hermano cielo como si fuesen cosas que se compran y se venden, como si fuesen ganado o collares.
Su hambre insaciable devorará la tierra y tras de sí solo dejará un desierto.
No lo puedo comprender. Nosotros somos de una forma de ser bien diferente. Vuestras ciudades hacen mal a los ojos del hombre de piel roja. Puede ser que sea así porque el hombre de piel roja es salvaje y no puede comprender las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre de piel blanca, ningún lugar donde se pueda escuchar a la primavera en su desplegamiento de las hojas o el roce de las alas de un insecto. Puede ser así porque soy salvaje y no comprendo bien las cosas. El ruido de la ciudad es un insulto para el oído. Y yo me pregunto, ¿qué tipo de vida tiene el hombre cuando no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas en los alrededores de los embalses? Soy hombre de piel roja y no lo puedo entender. A los indios nos deleita el ligero rumor del viento rozando la cara del lago y su olor después de la lluvia del mediodía que trae la fragancia de los abetos.
El hombre de piel roja es conocedor del valor inapreciable del aire para todas las cosas que respiran su aliento; el animal, el árbol, el hombre. Pero parece que el hombre de piel blanca no siente el aire que respira. Como si fuese un hombre que hace días que agoniza, no es capaz de sentir el pudor. De todas formas, si os vendiésemos las tierras, tendríais que tener en cuenta de qué forma estimamos el aire porque el aire es el espíritu que infunde la vida y todo lo comparte. Si os  vendiésemos las tierras, tendríais que dejarlas en paz para que permaneciesen sagradas, para que fuesen lugar en donde incluso los hombres de piel blanca, puedan aspirar el viento endulzado por las flores de los prados. Queremos considerar vuestro ofrecimiento de comprarnos las tierras. Si decidiésemos aceptarlo, tendríamos que poneros una condición, que el hombre de piel blanca mire las almas de esta tierra como a hermanos. Soy salvaje pero me parece que tiene que ser así. He visto millares de búfalos pudrirse en las praderas; el hombre de piel blanca les disparaba desde el caballo de fuego sin pararse. Yo soy salvaje y no entiendo por qué el Caballo de fuego vale más que el búfalo, pues nosotros lo matamos solo a cambio de nuestra propia vida. ¿Qué puede ser del hombre sin los animales?. Si todos los animales desapareciesen el hombre tendría que morir con gran soledad de espíritu. Porque todo aquello que le pasa a los animales, muy pronto ocurre también al hombre. Todas las cosas están ligadas entre si. Se  necesitaría que enseñaseis a vuestros hijos que la tierra del suelo que pisamos son las cenizas de los ancianos. Respetarán la tierra si les decís que está toda llena de la vida de los antepasados. Es preciso que vuestros hijos sepan, igual que los nuestros, que la tierra es la madre de todos nosotros. Que todo estrago causado a la tierra lo padecerán los hijos. El hombre que escupe a la tierra, a sí mismo se está escupiendo. De una cosa estamos bien seguros, la tierra no pertenece al hombre sino el hombre a la tierra. 
Queremos considerar vuestro ofrecimiento de comprar, las tierras. El hombre no ha tejido la red que es la vida, pues él no es más que un hijo. Está tentando su infortunio si se atreve a romper la red. El sufrimiento de la tierra lo padecerán sus hijos. Todas las cosas están tan ligadas como la sangre de una misma familia. Incluso el hombre de piel blanca, que tiene amistad con Dios y se pasea y le habla, no puede escapar de este destino común nuestro.
Puede ser en verdad que somos hermanos, ya lo veremos. Sabemos algo que tal vez descubriréis vosotros más adelante, que nuestro Dios es el mismo que el  vuestro.
Pensáis que quizás tenéis poder por encima de El y entonces queréis tenerlo sobre todas las tierras, pero no podréis tenerlo. El Dios de todos los hombres se compadece igualmente de los hombres de piel blanca como de los de piel roja. Esta tierra es muy apreciada  por su creador  y maltratarla sería una gran ofensa. Los hombres de piel blanca  también sucumbirían y puede ser que sea antes que el resto de las demás tribus. Si ensuciáis vuestro lecho, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios detritos. Pero veréis la luz cuando llegue a última hora y comprenderéis que Dios os ha conducido a estas tierras, os permite su dominio y la dominación del hombre de piel roja con algún propósito especial. Este destino es verdaderamente un misterio  porque no podemos comprender qué pasará cuandolos búfalos se hayan acabado, cuando los caballos hayan perdido la libertad, cuando no quede ningún rincón de bosque sin tufo de hombres y cuando por encima de las verdes colinas tope por todas partes nuestra mirada con las telarañas de hilos de hierro que lleva vuestra voz.
¿Dónde está el bosque espeso? ¿Dónde está el águila? ... Han desaparecido. ¡Así se acaba la vida y comenzamos a sobrevivir!".

OTRAS VERSIONES DE ESTA CARTA:

http://www.cubasolar.cu/biblioteca/Energia/Energia07/HTML/articulo07.htm
http://www.revistaelabasto.com.ar/CartaDeSeattle.htm


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