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viernes, 17 de agosto de 2012

ECOLOGÍA Y CRISTIANISMO

Paz con Dios Creador, paz con toda la creación


Mensaje del Papa Juan Pablo II para el Día Mundial de la Paz, 1 enero 1990



La crisis ecológica pone en evidencia la urgente necesidad moral de un nueva solidaridad. Es necesario educar en la responsabilidad ecológica: responsabilidad con nuestros mismos y con los demás.

1. En nuestros días aumenta cada vez más la convicción de que la paz mundial está amenazada, además de la carrera armamentística, por los conflictos regionales y las injusticias aún existentes en los pueblos y entre las naciones, así como por la falta del debido respeto a la naturaleza, la explotación desordenada de sus recursos y el deterioro progresivo de la calidad de vida. Esta situación provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a su vez favorece formas de egoísmo colectivo, acaparamiento y prevaricación.

Ante el extendido deterioro ambiental la humanidad se da cuenta de que no se puede seguir usando los bienes de la tierra como en el pasado. La opinión pública y los responsables políticos están preocupados por ello, y los estudiosos de las más variables disciplinas examinan sus causas. Se está formando así una conciencia ecológica, que no debe ser obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas.

2. No pocos valores éticos, de importancia fundamental para el desarrollo de una sociedad pacífica, tienen una relación directa con la cuestión ambiental. La interdependencia de muchos desafíos, que el mundo actual debe afrontar, confirma la necesidad de soluciones coordinadas, basadas en una coherente visión moral del mundo. Para el cristiano tal visión se basa en las convicciones religiosas sacadas de la Revelación. Por eso, al comienzo de este Mensaje, deseo recordar la narración bíblica de la creación, confiando que aquellos que no comparten nuestras convicciones religiosas puedan encontrar igualmente elementos útiles para una línea común de reflexión y de acción.

"Y vio Dios que era bueno"

3. En las páginas del Génesis, en las cuales se recoge la autorrevelación de Dios a la humanidad (Gén. 1-3), se repiten como un estribillo las palabras: "Y vio Dios que era bueno". Pero cuando Dios, una vez creado el cielo y el mar, la tierra y todo lo que ella contiene, crea al hombre y a la mujer, la expresión cambia notablemente: "Vio Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno" (Gén. 1,31). Dios confió al hombre y a la mujer todo el resto de la creación, y entonces - como leemos - pudo descansar "de toda la obra creadora" (Gén. 2,3).

La llamada a Adán y Eva, para participar en la ejecución del plan de Dios sobre la creación, avivaba aquellas capacidades y aquellos dones que distinguen a la persona humana de cualquier otra criatura y, al mismo tiempo, establecía una relación ordenada entre los hombres y la creación entera. Creados a imagen y semejanza de Dios, Adán y Eva debían ejercer su dominio sobre la tierra (Gén. 1,28) con sabiduría y amor. Ellos, en cambio, con su pecado destruyeron la armonía existente, poniéndose deliberadamente contra el designio del Creador. Esto llevó no sólo a la alienación del hombre mismo, sino también a una especie de rebelión de la tierra contra él (cfr. Gén. 3,17-19; 4,12). Toda la creación se vio sometida a la caducidad, y desde entonces espera, de modo misterioso, ser liberada para entrar en la libertad gloriosa con todos los hijos de Dios (cfr. Rom. 8,20-21),

4. Los cristianos profesan que en la muerte y resurrección de Cristo se ha realizado la obra de reconciliación de la humanidad con el Padre, a quien plugo "reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos" (Col. 1,20). Así la creación ha sido renovada (cfr. Ap. 21,5), y sobre ella, sometida antes a la servidumbre de la muerte y de la corrupción (cfr. Rom. 8,21), se ha derramado una nueva vida, mientras nosotros "esperamos... nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia" (2 Pe. 3,13). De este modo el Padre nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ef. 1,9-10).

5. Estas reflexiones bíblicas iluminan mejor la relación entre la actuación humana y la integridad de la creación. El hombre, cuando se aleja del designio de Dios creador, provoca un desorden que repercute inevitablemente en el resto de la creación. Si el hombre no está en paz con Dios la tierra misma tampoco está en paz: "Por eso, la tierra está en duelo, y se marchita cuanto en ella habita, con las bestias del campo y las aves del cielo; y hasta los peces del mar desaparecen" (Os. 4,3).

La experiencia de este sufrimiento de la tierra es común también a aquellos que no comparten nuestra fe en Dios. En efecto, a la vista de todos están las crecientes devastaciones causadas en la naturaleza por el comportamiento de hombres indiferentes a las exigencias recónditas -y sin embargo claramente perceptibles- del orden y de la armonía que la sostienen.

Y así, se pregunta con ansia si aún puede ponerse remedio a los daños provocados. Es evidente que una solución adecuada no puede consistir simplemente en una gestión mejor o en un uso menos irracional de los recursos de la tierra. Aún reconociendo la utilidad práctica de tales medios, parece necesario remontarse hasta los orígenes y afrontar en su conjunto la profunda crisis moral, de la que el deterioro ambiental es uno de los aspectos más preocupantes.

La crisis ecológica: un problema moral

6. Algunos elementos de la presente crisis ecológica revelan de modo evidente su carácter moral. Entre ellos hay que incluir, en primer lugar, la aplicación indiscriminada de los adelantos científicos y tecnológicos. Muchos descubrimientos recientes han producido innegables beneficios a la humanidad; es más, ellos manifiestan cuán noble es la vocación del hombre a participar responsablemente en la acción creadora de Dios en el mundo. Sin embargo, se ha constatado que la aplicación de algunos descubrimientos en el campo industrial y agrícola produce, a largo plazo, efectos negativos. Todo esto ha demostrado crudamente cómo toda intervención en un área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas y, en general, en el bienestar de las generaciones futuras.

La disminución gradual de la capa de ozono y el consecuente efecto invernadero han alcanzado ya dimensiones críticas debido a la creciente difusión de las industrias, de las grandes concentraciones urbanas y del consumo energético.

Los residuos industriales, los gases producidos por la combustión de carburantes fósiles, la deforestación incontrolada, el uso de algunos tipos de herbecidas, de refrigerantes y propulsores; todo esto, como es bien sabido, deteriora la atmósfera y el medio ambiente. De ello se han seguido a múltiples cambios metereológicos y atmosféricos cuyos efectos van desde los daños a la salud hasta el posible sumergimiento futuro de las tierras bajas.

Mientras en algunos casos el daño es ya irreversible, en otros muchas aún puede detenerse. Por consiguiente, es un deber que toda la comunidad humana -individuos, Estados y Organizaciones internacionales- asuma seriamente sus responsabilidades.

7. Pero el signo más profundo y grave de las implicaciones morales, inherentes a la cuestión ecológica, es la falta de respeto a la vida, como se ve en muchos comportamientos contaminantes.

Las razones de la producción prevalecen a menudo sobre la dignidad del trabajador, y las intereses económicos se anteponen al bien de cada persona, o incluso al de poblaciones enteras. En estos casos, la contaminación o la destrucción del ambiente son fruto de una visión reductiva y antinatural, que configura a veces un verdadero y propio desprecio del hombre. Así mismo, los delicados equilibrios ecológicos son alterados por una destrucción incontrolada de las especies animales y vegetales o por una incauta explotación de los recursos, y todo esto -- conviene recordarlo -- aun que se haga en nombre del progreso y del bienestar, no redunda ciertamente en provecho de la humanidad.

Finalmente, se han de mirar con profunda inquietud las incalculables posibilidades de la investigación biológica. Tal vez no se ha llegado aún a calcular las alteraciones provocadas en la naturaleza por una indiscriminada manipulación genética y por el desarrollo irreflexivo de nuevas especies de plantas y formas de vida animal, por no hablar de inaceptables intervenciones sobre los orígenes de la misma vida humana. A nadie escapa cómo, en un sector tan delicado, la indiferencia o el rechazo de las normas éticas fundamentales lleven al hombre al borde mismo de la autodestrucción.

Es el respeto a la vida y, en primer lugar, a la dignidad de la persona humana la norma fundamental inspiradora de un sano progreso económico, industrial y científico.

Es evidente a todos la complejidad del problema ecológico. Sin embargo. hay algunos principios básicos que, respetando la legítima autonomía y la competencia específica de cuantos están comprometidos en ello, pueden orientar la investigación hacia soluciones idóneas y duraderas. Se trata de principios esenciales para construir una sociedad pacífica, la cual no puede ignorar el respeto a la vida, ni el sentido de la integridad de la creación.

En busca de una solución

8. La teología, la filosofía y la ciencia concuerdan en la visión de un universo armónico, o sea, un verdadero cosmos, dotado de una integridad propia y de un equilibrio interno y dinámico. Este orden debe ser respetado: la humanidad está llamada a explorarlo y a descubrirlo con prudente cautela, así como a hacer uso de él salvaguardando su integridad.

Por otra parte, la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben ser para beneficio de todos. "Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todo el género humano", ha afirmado el Concilio Vaticano II (Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 69). Eso tiene implicaciones directas para nuestro problema, Es injusto que pocos privilegiados sigan acumulando bienes superfluos, despilfarrando los recursos disponibles, cuando una gran multitud de personas vive en condiciones de miseria, en el más bajo nivel de supervivencia. Y es la misma dimensión dramática del desequilibrio ecológico la que nos enseña ahora cómo la avidez y el egoísmo, individual y colectivo, son contrarios al orden de la creación, que implica también la mutua interdependencia.

9. Los conceptos de orden del universo y de herencia común ponen de relieve la necesidad de un sistema de gestión de los recursos de la tierra, mejor coordinado a nivel internacional. Las dimensiones de los problemas ambientales sobrepasan en muchos casos las fronteras de cada Estado. Su solución, pues, no puede hallarse sólo a nivel nacional. Recientemente se han dado algunos pasos prometedores hacia esta deseada acción internacional, pero los instrumentos y los organismos existentes son todavía inadecuados para el desarrollo de un plan coordinado de intervención. Obstáculos políticos, formas de nacionalismo exagerado e intereses económicos -por mencionar sólo algunos factores- frenan o incluso impiden la cooperación internacional y la adopción de iniciativas eficaces a largo plazo.

La mencionada necesidad de una acción concertada a nivel internacional no comporta ciertamente una disminución de la responsabilidad de cada Estado. Estos, en efecto, no sólo deben aplicar las normas aprobadas junto con las autoridades de otros Estados, sino favorecer también internamente un adecuado orden socio-económico, atendiendo particularmente a los sectores más vulnerables de la sociedad. Corresponde a cada Estado, en el ámbito del propio territorio, la función de prevenir el deterioro de la atmósfera y de la biosfera, controlando atentamente, entre otras cosas, los efectos de los nuevos descubrimientos tecnológicos o científicos, y ofreciendo a los propios ciudadanos la garantía de no verse expuestos a agentes contaminantes o a residuos tóxicos. Hoy se habla cada vez con mayor insistencia del derecho a un ambiente seguro, como un derecho que debería incluirse en la Carta de derechos del hombre puesta al día.

Urgencia de una nueva solidaridad

10. La crisis ecológica pone en evidencia la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad, especialmente en las relaciones entre los países en vías de desarrollo y los países altamente industrializados. Los Estados deben mostrarse cada vez más solidarios y complementarios entre sí en promover el desarrollo de un ambiente natural y social pacífico y saludable. No se puede pedir. por ejemplo, a los países recientemente industrializados que apliquen a sus incipientes industrias ciertas normas ambientales restrictivas si los Estados industrializados no las aplican primero a sí mismos. Por su parte, los países en vías de industrialización no pueden moralmente repetir los errores cometidos por otros países en el pasado, continuando el deterioro del ambiente con productos contaminantes, deforestación excesiva o explotación ilimitada de los recursos que se agotan. En este mismo contexto es urgente encontrar una solución al problema del tratamiento y eliminación de los residuos tóxicos.

Sin embargo, ningún plan, ninguna organización podrá llevar a cabo los cambios apuntados si los responsables de las naciones de todo el mundo no se convencen firmemente de la absoluta necesidad de esta nueva solidaridad que la crisis ecológica requiere y que es esencial para la paz. Esta exigencia ofrecerá ocasiones propicias para consolidar las relaciones pacíficas entre los Estados.

11. Es preciso añadir también que no se logrará el justo equilibrio ecológico si no se afrontan directamente las formas estructurales de pobreza existentes en el mundo. Por ejemplo, en muchos países la pobreza rural y la distribución de la tierra han llevado a una agricultura de mera subsistencia así como al empobrecimiento de los terrenos. Cuando la tierra ya no produce muchos campesinos se mudan a otras zonas -incrementando con frecuencia el proceso de deforestación incontrolada- o bien se establecen en centros urbanos que carecen de estructuras y servicios. Además, algunos países con una fuerte deuda están destruyendo su patrimonio natural ocasionando irremediables desequilibrios ecológicos, con tal de obtener nuevos productos de exportación. No obstante, frente a tales situaciones sería un modo inaceptable de valorar la responsabilidad acusar solamente a los pobres por las consecuencias ambientales negativas provocadas por ellos. Es necesario más bien ayudar a los pobres -a quienes la tierra ha sido confiada como a todos los demás- a superar su pobreza, y esto exige una decidida reforma de las estructuras y nuevos esquemas en las relaciones entro los Estados y los pueblos.

12. Pero existe otro peligro que nos amenaza: la guerra. La ciencia moderna ya, por desgracia, la capacidad de modificar el ambiente con fines hostiles, y esta manipulación podría tener a largo plazo efectos imprevisibles y más graves aún. A pesar de que determinados acuerdos internacionales prohíban la guerra química, bacteriológica y biológica, de hecho en los laboratorios se sigue investigando para el desarrollo de nuevas armas ofensivas, capaces de alterar los equilibrios naturales.

Hoy cualquier forma de guerra a escala mundial causaría daños ecológicos incalculables. Pero incluso las guerras locales o regionales, por limitadas que sean, no sólo destruyen las vidas humanas y las estructuras de la sociedad, sino no que dañan la tierra, destruyendo las cosechas y la vegetación, envenenando los terrenos y las aguas. Los supervivientes de estas guerras se encuentran obligados a iniciar una nueva vida en condiciones naturales muy difíciles, lo cual crea a su vez situaciones de grave malestar social, con consecuencias negativas incluso a nivel ambiental.

13. La sociedad actual no hallará una solución al problema ecológico si no revisa seriamente su estilo de vida. En muchas partes del mundo esta misma sociedad se inclina al hedonismo y al consumismo, pero permanece indiferente a los daños que estos causan. Como ya he señalado, la gravedad de la situación ecológica demuestra cuán profunda es la crisis moral del hombre. Si falta el sentido del valor de la persona y de la vida humana, aumenta el desinterés por los demás y por la tierra. La austeridad, la templanza, la autodisciplina y el espíritu de sacrificio deben conformar la vida de cada día a fin de que la mayoría no tenga que sufrir las consecuencias negativas de la negligencia de unos pocos.

Hay pues una urgente necesidad de educar en la responsabilidad ecológica: responsabilidad con nosotros mismos y con los demás, responsabilidad con el ambiente. Es una educación que no puede basarse simplemente en el sentimiento o en una veleidad indefinida. Su fin no debe ser ideológico ni político, y su planteamiento no puede fundamentarse en el rechazo del mundo moderno o en el deseo vago de un retorno al paraíso perdido.

La verdadera educación de la responsabilidad conlleva una conversión auténtica en la manera de pensar y en el comportamiento. A este respecto, las Iglesias y las demás instituciones religiosas, los Organismos gubernamentales, más aún, todos los miembros de la sociedad tienen un cometido preciso a desarrollar. La primera educadora, de todos modos, es la familia, en la que el niño aprende a respetar al prójimo y amar la naturaleza.

La creación: un valor estético lleno de bondad

14. No se debe descuidar tampoco el valor estético de la creación. El contacto con la naturaleza es de por sí profundamente regenerador, así como la contemplación de su esplendor da paz y serenidad. La Biblia habla a menudo de la bondad y de la belleza de la creación, llamada a dar gloria a Dios (cfr., por ejemplo, Gén. 1,4 ss.; Sal. 8,2; 104,1 ss.; Sab. 13,3-5; Ecl. 39,16,33; 43,1,9). Quizá más difícil, pero no menos intensa, puede ser la contemplación de las obras del ingenio humano. También las ciudades pueden tener una belleza particular, que debe impulsar a las personas a tutelar el ambiente de su alrededor. Una buena planificación urbana es un aspecto importante de la protección ambiental, y el respeto por las características morfológicas de la tierra es un requisito indispensable para cada instalación ecológicamente correcta. Por último, no debe descuidarse la relación que hay entre una adecuada educación estética y la preservación de un ambiente sano.

15. Hoy la cuestión ecológica ha tomado tales dimensiones que implica la responsabilidad de todos. Los verdaderos aspectos de la misma, que he ilustrado. indican la necesidad de esfuerzos concordados a fin de establecer los respectivos deberes y los compromisos de cada uno: de los pueblos, de los Estados y de la Comunidad internacional. Esta no sólo coincide con los esfuerzos por construir la verdadera paz, sino que objetivamente los confirma y los afianza, incluyendo la cuestión ecológica en el más amplio contexto de la causa de la paz en la sociedad humana, uno se da cuenta mejor de cuán importante es prestar atención a los que nos revela la tierra y la atmósfera; en el universo existe un orden que debe respetarse; la persona humana, dotada de la posibilidad de libre elección, tiene una grave responsabilidad en la conservación de este orden, incluso con miras al bienestar de las futuras generaciones. La crisis ecológica - repito una vez más- es un problema moral.

Incluso los hombres y las mujeres que no tienen particulares convicciones religiosas, por el sentido de sus propias responsabilidades ante el bien común, reconocen su deber de contribuir al saneamiento del ambiento. Con mayor razón aún, los que creen en Dios creador, y, por tanto, están convencidos de que en el mundo existe un orden bien definido y orientado a un fin, deben sentirse llamados a interesarse por este problema. Los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador forman parte de su fe. Ellos, por tanto, son conscientes del amplio campo de cooperación ecuménica e interreligiosa que se abre a sus ojos.

16. Al final de este Mensaje deseo dirigirme directamente a mis hermanos y hermanas de la Iglesia la católica para recordarles la importante obligación de cuidar toda la creación. El compromiso del creyente por un ambiente sano nace directamente de su fe en Dios creador, de la valoración de los efectos del pecado original y de los pecados personales, así como de la certeza de haber sido redimido por Cristo. El respeto por la vida y por la dignidad de la persona humana incluye también el respeto y el cuidado de la creación, que está llamada a unirse al hombre para glorificar a Dios (cfr. Sal. 148 y 96).

San Francisco de Asís,. al que he proclamado Patrono celestial de los ecologistas en 1979 (cfr. Cart, Apost. Inter sanctos: AAS 71 -1979-, 1509 s.), ofrece a los cristianos el ejemplo de un respeto auténtico y pleno por la integración de la creación. Amigo de los pobres, amado por las criaturas de Dios, invitó a todos - animales, plantas, fuerzas naturales, incluso al hermano Sol y a la hermana Luna- a honrar y alabar al Señor. El pobre de Asís nos da testimonio de que estando en paz con Dios podemos dedicarnos mejor a construir la paz con toda la creación, la cual es inseparable de la paz entre los pueblos.

Deseo que su inspiración nos ayude a conservar siempre vivo el sentido de la fraternidad con todas las cosas -creadas buenas y bellas por Dios Todopoderoso y nos recuerde el grave deber de respetarlas y custodiarlas con particular cuidado, en el ámbito de la más amplia y más alta fraternidad humana.

Publicado por Human Life International - Vida Humana Internacional © 1998. Se permite la reproducción total o parcial de este escrito con fines no lucrativos y con la autorización de Vida Humana Internacional.

Vida Humana Internacional tiene disponible información adicional sobre éste y otros temas en su sitio de Internet bajo la sección "Vida y Familia". También tiene disponibles folletos, libros, y videos; solicite nuestro catálogo.

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AUNQUE ANTIGUAMENTE Y ACTUALMENTE SE SIGUE MANTENIENDO LO QUE SIGUE:

Ecología y Judeocristianismo

Por Joel Sangronis Padrón *

Para comprender plenamente la problemática ambiental de nuestro tiempo es menester remontarnos a las raíces del modelo cultural dominante en el mundo en que vivimos. Desde hace 500 años la mayor parte de las sociedades humanas coexisten bajo el influjo del modelo histórico-cultural europeo, mejor conocido como "cultura occidental".

Para comprender plenamente la problemática ambiental de nuestro tiempo es menester remontarnos a las raíces del modelo cultural dominante en el mundo en que vivimos. Desde hace 500 años la mayor parte de las sociedades humanas coexisten bajo el influjo del modelo histórico-cultural europeo, mejor conocido como "cultura occidental".

Este modelo cultural -hoy dominante en casi todo el mundo- se nutre fundamentalmente de 2 grandes fuentes: La filosofía griega por una parte y la teología judeocristiana por la otra.

El Judaísmo es la más antigua de las teologías denominadas "Abrahámicas", esto es, las religiones que provienen del pacto que hizo Dios con el patriarca Abrahám; las otras dos son el cristianismo y el islamismo.

Las dos primeras teologías comparten ciertos principios de fe cuya incidencia en el desarrollo del modelo cultural occidental, y por ende en la actual crisis ambiental mundial, es necesario resaltar: El Pecado y la Caída: Según la doctrina del pecado original contenida en el libro del Génesis, todo el mundo cayó bajo el poder del demonio debido al pecado original introducido por el ser humano.

Para el judeocristianismo - cuyo Dios es trascendente, no inmanente: crea y gobierna la naturaleza pero no se identifica con ella- la naturaleza a partir de la caída de Adán y Eva perdió el carácter sagrado que había tenido hasta entonces, (y que aun tiene para muchas otras formas de creencias), pasando a ser la antítesis de lo divino, de lo sagrado: corrompida, pecaminosa y decadente. Aun hoy, muchas congregaciones cristianas utilizan el término mundano, el mundo, es decir, el entorno, como sinónimo de pecado. El texto bíblico en este punto es concluyente: "maldita sea la tierra por tu causa" (Gen 3,17).

Si la tierra, la naturaleza, es un lugar maldito por Dios, un lugar de pecado y corrupción, es lógico comprender que cualquier forma de agresión, ignorancia o irrespeto hacia ella esté mas que justificado.

Al quedar la naturaleza desacralizada ningún acto del hombre en su contra fue considerado como malo o reprochable. Esta posición contrasta con la visión holística y sagrada que la mayoría de nuestros pueblos originarios tienen con su entorno. Hace cerca de diez años caminando en la Sierra de Perijá con un indígena Barí, me sorprendió observar como este le pedía permiso a un árbol antes de proceder a arrancar sus frutos; al inquirirlo sobre el respecto me explicó que, de no hacerlo así, el espíritu del árbol se negaría en posteriores oportunidades a ofrecerle sus frutos y que corría el riesgo de atraer sobre si el enojo del resto de espíritus que habitaban la sierra que era su hogar y la fuente de sustento para él y su gente.

De igual forma es interesante notar como uno de los ecosistemas mas respetados y menos intervenidos de Venezuela es la montaña de Sorte en el centroccidental estado de Yaracuy, pues al ser este ecosistema el asiento de la veneración y el culto animista de María Lionza, muy extendido entre la población venezolana, se considera que tanto la floresta como la fauna del lugar están protegidos por la diosa y por ende no pueden ser dañados so pena de atraer la ira de esta.

Es en el judeocristianismo donde se inicia la oposición hombre-naturaleza. Si el hombre de la antigüedad, del que los estoicos en occidente y las religiones y filosofías orientales (Hinduismo, Budismo, Taoísmo) son claros representantes, buscaban acomodar (y aun lo hacen) sus vidas y acciones a los ritmos de la naturaleza, el hombre judeocristiano tratará no sólo de negar y rechazar lo natural, sino de oponerse a ello y aun de destruirlo. Las palabras del Cristo en el nuevo testamento vienen a confirmar esta apreciación (mi reino no es de este mundo Jn 18,36)

Patriarcalismo: (El hombre como centro del mundo). La tradición judeocristiana no solo es antropocentrista (genero humano), sino fundamentalmente androcentrista, es decir, masculina. El hombre, no el género humano, es el punto final de la creación; la mujer vino después como simple objeto de compañía, como una segregación toráxica del primer hombre. Las características femeninas y esencialmente maternas de las divinidades de las sociedades neolíticas, mediterráneas y germánicas en Europa y luego sus pares en América, asociadas al culto de la tierra y de la naturaleza, fueron perseguidas, deslegitimadas y execradas por la misoginia exacerbada del judeocristianismo. Gaia no es sino una de las innumerables diosas madres - genéricamente llamadas Venus en arqueología - que existían en dichas civilizaciones. A la tierra se le han dado innumerables nombres femeninos: África, Europa, Galia, Hispania, Germania, América, Asia, Grecia, Pachamama que revelan la importancia que, para la mayoría de las culturas antiguas, tuvo desde un comienzo el carácter femenino en la relación del ser humano con el entorno en que habitaban.

El judaísmo desde un principio excluyó hasta lo máximo el papel femenino en todo lo relacionado con su relación con la divinidad. No existen diosas ni se acepta la presencia de mujeres en el templo porque de antemano son tachadas de impuras. En contacto con las religiones paganas el cristianismo posteriormente adoptó la presencia femenina: la Virgen María primero y las santas posteriormente, pero asumiéndolas como excepciones a la regla de que todo lo femenino era pecaminoso y corrompido en su esencia.

Antropocentrismo:En el relato genesíaco Dios creó al hombre para que dominara sobre la tierra y sobre todo lo que en ella existiera. De hecho, el dominio sobre la tierra y el resto de los seres vivos no aparece como una simple posibilidad ¡es una orden!: "Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y sojuzgadla" (Gen 1, 28 ).

Posteriormente esta orden se repite y se refuerza a Noé: "Procread y multiplicaos, y llenad la tierra", añadiendo "que os teman y de vosotros se espanten todas las fieras y todas las aves del cielo; todo cuanto sobre la tierra se arrastre y todos los peces del mar los pongo en vuestro poder" (Gen 9, 2).

Como se puede observar, la naturaleza en el judeocristianismo parece haber sido creada única y exclusivamente para uso del hombre, un uso además fundado en la agresión, como puede deducirse de los términos "que os teman y de vosotros se espanten"; sin embargo, el mismo texto bíblico considera al hombre existencialmente inclinado al mal (Gn 8,21; Sal 51), por lo que de antemano la naturaleza queda condenada a ser administrada por un ser con tendencias al mal

Monoteísmo: Estos cultos monoteístas, (un solo Dios), califican de idolatría cualquier acto de adoración que no vaya dirigido a su único Dios, es decir, cualquier forma de veneración o sacralización de los elementos que conforman la naturaleza (bosques, ríos, lagos, animales, manantiales, montañas, etc.) es considerada como un pecado abominable.

La consecuencia del desencantamiento o desacralización de la naturaleza por parte de una de las fuentes de nuestro modelo cultural es que ha permitido asumirla como un objeto de valor mercantil, sujeta a las poderosas fuerzas del mercado, ajena totalmente al mundo espiritual, y por ende, desprotegida y vulnerable.

Uno de los padres de la iglesia católica, Santo Tomás de Aquino, cuya obra fue el puente que unió el pensamiento aristotélico con la teología cristiana expuso lo siguiente: "No preguntará Dios al hombre que trato dio a los animales; no se les juzgará tampoco por su comportamiento frente a la naturaleza, no obtendremos salvación- prosigue el Doctor de Aquino- diciendo al Señor: Es el mundo, gracias a nosotros, mas bello, mas útil, más fructífero".

Por su parte otro icono del pensamiento cristiano-occidental, San Agustín de Hipona acota que: "lo único importante para nuestra salvación es que guíe nuestros actos el amor a la divinidad", por lo que el amor a la naturaleza o al resto de la creación no tiene ningún valor a los ojos de Dios.

Ideología Tribalista de la Elección. La noción de pueblo elegido permitió desde un principio la exclusión y el rechazo de cualquier otra forma de ver y entender el mundo. El judeocristianismo mostró desde muy temprano una abierta hostilidad e intolerancia hacia toda forma de cultura "pagana" esto es, hacia toda cultura que no fuera la propia. Así, la noción de superioridad espiritual fue usada para alentar las guerras "santas", la inquisición, las conquistas y la esclavitud.

Como bien señala el teólogo brasileño Leonardo Boff: "las iglesias fueron cómplices de la mentalidad que condujo a la actual crisis mundial de la biosfera". De igual forma el documento final de la VIII Asamblea del Consejo Ecuménico de Iglesias reunidas en la ciudad australiana de Canberra acotó: "Cuando más insistía la teología en la trascendencia de Dios y su distancia del mundo material, tanto más la tierra era considerada como un simple objeto de explotación humana y como una realidad no espiritual".

* Profesor UNERMB

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¿Habla la Biblia de ecología?

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Toda ella es un tratado de ecología. Desde la primera pagina del Génesis

(Dios prepara una casa al hombre), hasta la última del Apocalipsis (“tierra

nueva”).

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El “someted” y “dominad” de Gn 1,28 no se puede ni se debe desligar de la

bendición, signo de fecundidad con que se abre el versículo. El tema de la

bendición recorre toda la Biblia. Sacar un versículo de su hábitat supone no

entenderlo, y ponerlo al servicio de otros intereses.

-

Dios puso al hombre “en el jardín de Edén para que lo cultivase y lo

guardase” (Gn 2,15), no para que lo destruyese.

-

Ser rey de la creación es asumir responsabilidades en esta casa

Lo había aprendido bien Ortega, el paraíso en el Génesis es regalo.

-

Se habla de pecado original porque hay una inocencia original que se

pierde. También lo aprendió John Milton: El paraíso perdido.

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Tierra prometida porque en la caída (Gn 3) hay promesa de tierra nueva.

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Cuando el hombre ama y cuida su tierra empieza a aparecer El paraíso

reconquistado (J. Milton).

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ENLACES RELACIONADOS:
https://docs.google.com/viewer?a=v&q=cache:s-yUC1ZrEBMJ:www.arocha.org/pe-es/555-DSY/version/default/part/AttachmentData/data/ecologia..+&hl=es&gl=es&pid=bl&srcid=ADGEESjJDkXJOI9O2EodHiTHJu-qRYsvBA7Ls2-jMVx3Dv8dlGlCxIcYsw6NTAehKEdRWXl1kGnH19kAoF0FrCpMC7E7P8UMMYKHy_lBJpgWGOTSO9Grh-FnBB7LXTkBuFe-lSGWDZcN&sig=AHIEtbTixmsf31gByObgG15UklJ_SBUiYA&pli=1

http://www.fundases.com/userfiles/file/hacia_teologia.pdf

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